Los colores del atardecer comienzan a vislumbrarse en el horizonte. Las primeras sombras de la noche, sinuosas entre los últimos rayos del sol, empiezan a surgir. Es entonces cuando ella empieza a darse cuenta de que no puede quedarse rezagada ante el transcurso del tiempo. Como el día da paso a la noche debería abrir las puertas de su vida a lo que lejos de recordarle sensaciones desafortunadas del pasado, puede volver a hacerle mucho bien. Debería, pero a medida que la oscuridad va adueñándose de las calles, comienza a reinar también en su corazón. Cierta incertidumbre que no se contenta con un "si no arriesgas no ganas". Lo desconocido nos aterra por naturaleza, y ella no puede dejar de comparar sus sensaciones con la hilera de farolas que ya lucen encendidas a ambos lados de la calle. Un mínimo atisbo de luz en la implacable oscuridad nocturna. El futuro se le antoja desconocido, comparable a la penumbra que le ofrece un simple vistazo por la ventana. Sin tener propósito de ello, se convierte al igual que la noche en objeto de un miedo y una inseguridad tales que a veces casi le hacen olvidarse de que los mejores besos se dan con los ojos cerrados, confiando en que los otros labios sean los adecuados... y tan solo dejando que la oscuridad los envuelva. Indescifrables e ineludibles, la noche y el futuro se presentan oscuros. Pero ella bien sabe que es ahí donde está el secreto: en aprender a disfrutar con la magia de lo que esconden.
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